
Nos encontramos en un sistema que nos malacostumbra y nos cierra a una forma de vida inmediatista, facilista y con miedo al dolor.
Pretendemos ser igual de “productivos” que una máquina, sin embargo a nuestro cuerpo no le damos ni la mitad del mantenimiento que se le daría a un robot, y no porque no lo necesitemos, sino porque llevamos una forma de vida incoherente donde, si un auto tiene un testigo encendido, lo revisamos y arreglamos, mientras que si a nosotros nos duele algo (forma de alarma del cuerpo para avisar que algo no funciona correctamente), tomamos un analgésico que quita el dolor y continuamos haciendo lo que nos hace daño. Así lo preferimos: “solución” instantánea, sin esfuerzo y huyendo del dolor.
¿Por qué no nos concedemos ni el trato que damos a una máquina?
La respuesta es muy simple, vemos al dolor como sufrimiento que debe eliminarse y a las enfermedades como enemigas que aparecieron en nuestro cuerpo espontáneamente, sin responsabilizamos de los desequilibrios que producimos en nuestro cuerpo para que sea vulnerable y entre en el proceso de enfermedad.
La realidad es que las enfermedades y dolencias son las justas consecuencias de nosotros mismos, tanto por nuestra forma de sentir, vivir, pensar y de nuestros antepasados que nos han heredado sus genes.
Nuestro cuerpo es la máquina más maravillosa y noble, aguanta todo nuestro maltrato hasta que ya es muy tarde. Pero siempre nos está alertando, es como los testigos del panel de un auto, cuando algo no está correcto, se encienden. Así es nuestro cuerpo, nos comunica todo, sólo necesitamos prestarle atención y aprender su lenguaje.
Este sistema en que vivimos nos ha hecho creer que se debe recuperar la salud a través de medios externos. Esto afecta de manera vital debido a que nos quita la responsabilidad de nuestra propia salud; nos centramos tanto en que no nos duela o en que desaparezca el síntoma en vez de buscar la raíz del problema y generar el cambio respectivo para corregir el desequilibrio que provocó el síntoma.
Nuestro cuerpo tiene la misma capacidad regenerativa de la Naturaleza, tiene un poder autocurativo, siempre y cuando se le permita ejercerlo. Los árboles de un bosque pueden retoñar, las plantas pueden volver a crecer, pero si no dejan de talarlos, arrancarlos o contaminarlos, ¿cómo lo van a lograr?
El primer paso no es buscar con qué curarlo, es dejar de hacer lo que hace daño.
Abrirnos a la idea que la salud es el equilibrio de todo nuestro Ser implica reconocer que somos más que un cuerpo físico. Este tema lo abordaremos poco a poco, sólo necesitamos tomar en cuenta que la salud es el balance integral entre varios aspectos que interfieren en nuestra vida: un aspecto energético, un aspecto mental, un aspecto emocional, un aspecto social y uno relacionado a nuestro estilo de vida.
Nuestra salud es NUESTRA, no podemos buscar únicamente por fuera las soluciones de algo que se generó en nosotros. Ser responsables de nosotros mismos es fundamental si deseamos vivir en salud y bienestar.